Despierto de un sueño y me veo con una credencial colgada del cuello en un lugar bajo una enorme lona verde rodeado de muchos miles de personas que escuchan con atención el discurso del Dalai Lama. Nos dirigimos por un estrecho pasillo formado por dos larguísimas cuerdas hasta el lugar reservado para los extranjeros. Al llegar a la mitad de este pasillo delimitado por cansados rostros humanos me detengo a mirar hacia la derecha y lo veo a una distancia aproximada de 30 metros. A mi cabeza viene rápido la imagen del alpinista austríaco Heinrrich Harrer... es el hombre y está allí, Kundun.No entiendo lo que dice pero comprendo enseguida porque puede cautivarnos a todos con su expresión. Intento hacer una fotografía pero soy demasiado lento y estoy lo bastante alelado para darle tiempo a una voluntaria a llamarme la atención por estar parado allí en medio (con cara de tonto). Mientras camino lentamente concentro todas mis energías en tratar de reconocer la situación que estoy viviendo. Pasa media hora y decido que sí, que es verdad, que ese hombre que habla en tibetano es su Santidad el Dalai Lama, Kundun. Supongo que cuando regrese volveré a ver la película de Scorsese.
Después de sus explicaciones la gente se pone en pie y empieza a abandonar el enorme recinto. Arrastrado por una marea humana recorro en sentido inverso el pasillo que me llevó hasta donde estaba; el lugar reservado para los extranjeros. Cuando me pareció que todo había acabado estaba lejos de saber que el momentazo no había llegado... sentado en el típico trono como los vistos en cientos de monasterios de toda la órbita budista el Dalai inicia la salmodia que sumerge en una catarsis colectiva a todos los que estamos allí, a todos; los que entienden lo que dice el mantra y los que no. Difícil de explicar. Concede tranquilidad.
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